Mes: septiembre 2015

Casi

Laureano nació un 29 de Febrero de un año bisiesto, en el límite exacto e imaginario de una ciudad sureña y confederada de los Estados Unidos, y otra abolicionista. Hijo de una madre esclava y de un esclavista terrateniente de bigotes largos y apellido doble. Nació mulato, enclavado en la ambigüedad que le daban el color tostado, casi claro de su piel y la heterocromía de sus ojos; uno verde y otro azul. “Casi podría ser blanco”, dijo su madre al verlo por primera vez, luego de parirlo en el fondo de una carreta. Y aquel “casi” lo definió por gran parte de su vida.

Fue criado a escondidas, en el granero de un nuevo dueño, un nuevo amo. Aprendiendo de su madre palabras en Francés y modales de señorito Inglés, mientras que de los demás esclavos mamaba el amor por el canto y los tambores. Nunca entendió que su madre no fuera capaz de traducir para él ninguna de aquellas palabras al Francés o al Inglés. Eran palabras con vida y ritmo propios, como si al hablar y cantar en ese idioma de esclavos fuera en realidad parte de lo mismo.

En su adolescencia, Laureano se escapaba del granero, se vestía con ropas de amo y se escabullía en las kermesses del pueblo. Despertaba miradas y murmullos, recelos y preguntas. Pero sobre todo despertaba pasión en las mujeres. Y él se aprovechaba de eso.

Cuando se convirtió en adulto su madre lo separó del grupo y lo confrontó. “Hoy dejás de ser negro”, le dijo. Luego le dio unas cuantas monedas, ropa bonita y una pipa hecha de nogal. Le explicó con un mapa rudimentario como llegar a los campos de su padre y le detalló exactamente lo que iba a decir. Si todo salía bien, él ocuparía el lugar de un primo desconocido de un país del otro lado del mar.

Al alejarse, todo lo que Laureano podía pensar era en lo diferente que se sentiría si su madre en lugar de haber dicho lo que dijo, le hubiera dicho “Hoy dejás de ser esclavo”.

Todo salió como lo planeado, y Laureano pudo vivir junto a su padre sin que este lo supiera.

Pero no lo soportaba. Se escapaba a las fiestas de negros y se encamaba con esclavas por placer.

En la noche del 29 de Febrero de su vigésimo aniversario de vida, Laureano asesinó a su padre, mientras este dormitaba, clavándole la pipa de nogal en su carótida.

Con la sangre aún fresca en sus manos y una bolsa llena de monedas doradas, regresó a buscar a su madre. Pero ésta lo negó, lo hechó y lo maldijo en una mezcla timorata de idiomas escupidos en su rostro.

Laureano se alejó de ella a paso lento, pero decidido. Y con la sangre que coloreaba sus manos, escribió en la pared del granero donde se crió, en idioma de negros, la frase que más tarde colmaría las ciudades en los albores de la guerra civil: ¿Qué harías si no tuvieras miedo?

 

Ejercicio de escritura en base a una frase de un graffiti — «¿Qué harías si no tuvieras miedo?» —