Estuvo mirando la palma de su mano izquierda por largo rato. La abría, la cerraba; el puño era un corazón que se distendía y contraía al ritmo de sus recuerdos.
El último eslabón en la cadena de su memoria le hizo fruncir el entrecejo; cerró la mano con fuerza, y al abrirla, una punta de hielo comenzó a crecer desde el centro. Cuando terminó de crecer, delgada y afilada por ambos lados, la tomó con la otra mano y la arrojó hacia uno de los árboles que rodeaban el descanso del bosque donde se encontraba.
La pequeña estalactita de hielo asestó en el tronco de un almendro alto, de hojas blancas y rosadas.
Repitió exactamente lo mismo cuatro veces más. Ajustando el tiempo entre cada repetición a una proporción equivalente y azarosa al ritmo de sus latidos.
Al último golpe el árbol se partió al medio, desgañitándose hacia atrás como un miembro desgarrado. Algunas de los pétalos de la flor del almendro flotaron hacia donde estaba la maga de hielo, posándose en la cercanía de sus pies. Blancas, rosadas, grisáceas… como los ojos del mago.
Se levantó violentamente de la roca donde estaba sentada y comenzó a caminar decidida hacia ningún lado. Se adentró más y más en el bosque, avanzado a trancos por entre la arboleda y algunos arbustos secos. Al toque de su mano, todo lo que se interponía en su camino se inundaba de escarcha; una luna blanca que crecía y proliferaba desde el centro donde se posaban sus dedos y se expandía concéntricamente, como las ondas del agua que se producen al arrojar una roca.
Se detuvo al llegar a un claro. Giró nerviosa sobre sí misma, sin saber adonde ir, ni como actuar, ni que pensar. Era un animal enjaulado bajo la luz de la luna.
Se apretó los hombros en un abrazo de frustración y luego gritó a los cielos.
Cuando volvió a abrir los ojos, todo a su alrededor estaba completamente cubierto de una fina capa de hielo y escarcha.
No haber podido matar al mago la estaba afectando.
Había dudado. Y ella jamás dudaba.
El mundo parecía haberse detenido en aquella acción inconclusa tan sólo para recordarle la imposiblidad, la inseguridad y la sensación de debilidad en un loop de imágenes repetidas.
Y ella no era débil. No. Había crecido entre el dolor y mamado de su savia putrefacta para mantenerse con vida. Y ella no era débil; jamás podría permitírselo. Su fuerza y convicción eran la expresión última del dolor hecho carne y sangre, adherido a las capas de su piel como un escudo marchito de venganzas acumuladas.
Ella no era débil.
El ruido de hojas secas a sus espaldas la arrancó del ensimismamiento.
Se dio vuelta velozmente, con las manos alzadas, dispuestas al uso de la magia.
—Perdón —dijo la voz de una niña desgarbada, abrigada apenas con una camisola de hilo, y con un mechón de sus pelos alborotados y despeinados cayéndole sobre el rostro.
Sorcha no bajó los brazos. Miró detrás de la niña y a los alrededores. Aguzó el oído, tratando de captar algún otro sonido fuera de lo normal.
Cuando estuvo segura de que estaban solas, se acercó a la niña y la tomó del cuello.
—¿Quién eres? —le dijo aplicando la suficiente fuerza para que supiera que hablaba en serio, pero la necesaria para que aún así pudiera hablar.
—Soy Chani… vivo por aquí cerca, con mis padres…
—¿Y qué haces por acá sola, a estas horas?
Sorcha decidió soltarle el cuello, cuando vio que la niña estaba a punto de llorar. No por piedad, sino tan sólo por evitar la visión de tal cosa.
Le repugnaba la debilidad.
—Es por mi padre… Está borracho. Siempre que llega a casa así vengo a pasar la noche en el bosque, o al menos hasta estar segura de que la bebida lo ha dormido.
La maga de hielo observó a la niña de arriba a abajo. Parecía mal alimentada, enflaquecida hasta los huesos, y con los ojos tristes y cansados de quien no duerme en mucho tiempo. Pero a pesar de eso notó que al mirarla directamente la niña no bajaba la vista. Estaba atenta a cualquiera de sus siguientes movimientos. Quizás lo que creyó ver en un principio no fuera debilidad, sino frustración por la propia existencia de ésta.
Sorcha volvió al centro del claro y se sentó.
—Deberías irte. Aquí afuera hay gente más peligrosa que tu padre —dijo seca.
—Tú… eres maga, ¿verdad? Vi lo que hiciste con los árboles del sendero, y los de aquí… No estaba espiando ni nada, pero te escuché gritar, y por eso me acerqué.
—Mira niña, de veras no sé que esperas que te diga.
—… quizás tú puedas ayudarme.
Ya fuera por el frío o por los nervios, la niña se abrazaba a sí misma, sin moverse del lugar; nuevamente observándola sin desviar la mirada.
Esperó unos segundos, como vio que la maga no le contestaba volvió a insistir.
—Tú puedes matarlo por mí.
Sorcha no pudo evitar esbozar una sonrisa al escuchar aquello.
La niña debía de estar desesperada.
—Te pagaré… puedes llevarte el dinero que mi padre guarda en la habitación. No es mucho pero… También puedes tomar el alhajero de mi madre. Ella ya no está, puedes tomarlo si quieres.
La maga de hielo sacó un pedazo de pan viejo que llevaba en el morral y lo partió por la mitad. Mordió una y la otra se la ofreció a la niña, invitándola a acercarse.
—¿Dónde vives exactamente?
Podría hacerlo. Quizás es lo que necesito, pensó.
—¡No es lejos! —contestó la niña apresurada, mientras tomaba el pan que le ofrecían— Son menos de doscientos pasos al noreste.
Necesito probar que no soy débil.
—Camina. Yo te seguiré —dijo, volviendo a ponerse de pie, decidida.
La niña se apresuró en marcar el camino. Adelantándose con seguridad en la oscuridad del bosque. Sorcha la seguía de cerca.
Cuando la niña se detuvo, la maga vislumbró una casa de aspecto derruido unos pasos más allá de donde terminaba el bosque. Parecía estar bastante alejada del poblado y de las otras casas.
Desde afuera, a través de una de las ventanas, podía verse la luz de una vela iluminando el interior del hogar de la niña. Cuando Sorcha se acercó pudo ver en una de las sillas a un hombro muy gordo, recostado con la cabeza hacía atrás.
Me pregunto si aquel cuello grasoso se partirá lentamente como el tronco del almendro, o caerá al instante, al vuelo de una de mis dagas de hielo.
La niña esperaba en la línea de árboles donde empezaba el bosque, mientras la maga se decidía a entrar a la casa.
Justo antes de entrar se percató de que había estado abriendo y cerrando el puño de la mano izquierda una y otra vez.
¿Dudas?, se preguntó. Pero las alejó apretando ambos puños.
Luego de unos minutos volvió a salir. La niña suspiró aliviada al verla, no había escuchado gritos ni signos de pelea, y temía que de un momento a otro fuera su padre el que saliera caminando y no la maga de cabellos de fuego.
—… ¿ya está? —preguntó ansiosa.
—No.
—¿No?
—No. No lo he hecho.
—Pero… lo prometiste.
—Nunca hice tal cosa.
La niña se abalanzó a los pies de Sorcha y tironeaba de sus ropas, desesperada.
—¡Por favor! ¡Tienes que ayudarme!… yo no puedo volver a allí.
Sorcha la observó displicente mientras la empujaba al suelo con sus piernas.
Estando allí dentro, justo en el momento en que se disponía a matar a aquel hombre que apestaba a alcohol, se dio cuenta de que no podría hacerlo. Pensó que era debilidad, y vaciló largo rato enfrascada en ese pensamiento.
Pero se dio cuenta que la libertad no era algo que se podía regalar. Sino algo que había que ganarse, algo que estaba más allá del dolor mismo, pues había que superarlo para llegar a alcanzarla.
Y con esa idea en la cabeza habló a la niña que ahora la miraba desde el suelo.
—Toma —le dijo, arrojando junto a ella una daga de hielo—. Si quieres que se haga, deberás hacerlo tú misma.
La niña la miraba sin comprender del todo.
—O puedes huir, él no te buscará —agregó—… pero si lo haces, es probable que jamás vuelvas a dormir tranquila. En todo caso será tu elección y tu mano las que decidan y marquen el sendero que seguirá tu vida… no las mías.
—Pero tengo miedo… —dijo la niña en un susurro doliente.
—Lo sé. Yo también. —Se asombró de lo que acababa de decir en voz alta, pero no dejó que la niña lo notara—. Pero tu libertad, aquella que te define, yo no puedo dártela… debes ganarla.
Y sin decir más se alejó de la niña, sin mirar atrás, ni esperar a ver que decidiría.
Yo me ganaré la mía, pensaba, mientras el sendero del bosque parecía engullirla bajo el velo gris de la luna.
Disclaimer… El personaje Sorcha pertenece a la Trilogía Lesath (http://www.lesathtrilogy.com/), de la escritora Tiffany Calligaris, al igual que todos los derechos sobre su obra. Este es sólo un FanFic que no tiene necesaria injerencia con la historia por ella creada, y que está hecho y motivado por un cariño particular al personaje. La historia que describí está ambientada e imaginada al final del primer libro de la trilogía.